Olga Aparicio (México, 1967), evoluciona paulatinamente, aparece la figura humana a través de rostros grandes, miradas firmes. Introduce el retrato de un hombre y de un perro al mismo nivel estético, formal y psicológo, en una escena impactante por el tratamiento uniforme de las dos figuras.
Un tema frecuente es el bodegón donde se repiten algunos elementos gráficos y simbólicos.
Hay referencias inamovibles en su obra, como las bombillas que cuelgan del techo creando un ambiente misterioso pero real. O la escalera, que simboliza la fuerza ascendente que alcanza el espacio de la vida. La caracola como referente de la vida, las estilizadas manos como simbiosis de unidad y fuerza y la flor como sinónimo de fertilidad de la naturaleza con otros elementos, que Olga Aparicio pinta en sus obras. Todo ello con un trazo fuerte y enérgico de tonos oscuros que estructura las superficies, especialmente las figuraciones humanas.
Las esculturas están elaboradas con cerámica de gres y reproducen con fidelidad y en pequeño tamaño objetos cotidianos, como unos zapatos o una gorra. Los elementos del cuerpo humano, como los pies o las manos, evidencian el buen criterio que demuestra en el volumen y en la anatomía.
Fernando Caballero